jueves, 1 de septiembre de 2011

Lo que se hace y no se avisa

Tengo una severa adicción a los escalofríos, lo admito. Cada vez que me asusto -ya sea por un perro que me pilla desprevenida en la calle, ya sea por el corazón galopante-, cada vez que me hablan al oído o me enfermo, disfruto de aquella sensación. De manera consciente hago que el viento, cual 'raco', se expanda por todos mis nervios. Hay ocasiones, que son las que más disfruto, en las que una simple palabra genera una descarga eléctrica que recorre de mi espina dorsal hasta mi dedo meñique. Orgasmo de palabra delicioso.
Susurro, verdad, dos.
Frases. Oraciones. Voluntad, sentencia, te amo. Cosas así.

(Es cómico. Siempre he pensado que la genética me hizo rubia sólo para burlarse de mí, por el asma y las dos manos izquierdas. Por los ojos efervescentes, por el cerebro desfasado. Sin embargo, cuando mi piel siente frío, mi corazón toma aire desde la superficie para volver a hundirse).

Pero toda adicción conlleva una maldición.
Bueno, en mi caso vino primero la maldición. Lo segundo se dio de puro masoquismo y amor. Si tan solo pudiera recordar un minuto de mi adolescencia, entonces sabría yo cómo llegué a cosa semejante.
Otro de mis tantos talentos de mujer que camina ciega es el poder vivir en pasajes. Mi paso de niña a intento de persona es, literalmente, un rompecabezas. Nunca puedo acordarme de todo, sólo sé que hay escalofríos. Estremecerse como costumbre, una parálisis tan familiar. Ni idea la razón. Además, en esta etapa descubrí que padecía -padezco, y siempre padeceré- de lágrima endógena. Llanto instantáneo, piloto automático del corazón malogrado. 
Mi papá, cuando era niña, siempre me decía que tenía una capacidad increíble para memorizar todo lo que fuera. Jugaba "Memorice" con él y leía sin cesar cada ejemplar de su biblioteca. Me los sabía todos, naturalmente. ¿Qué pasó que tuve que olvidar?
No quisiera ser majadera con esto, pero... No sé.
Recuerdo, sí, un sueño que tuve. Estaba en el colegio, el suelo gélido y el aire para cortarlo con sierra. Yo tenía que ir a clases, pero no quería. Tampoco podía. Sentí vergüenza de poder caminar por ahí. Si es cierto que cada uno tiene el lugar donde pertenece, un hogar, entonces estoy segura de que no era ese. De ahí se nubla. Escuché muchas voces a la vez, vi millones de rostros deleitándose con mi cara de espanto... Lo que decían tendría que haberme molestado, mas todo se confunde. Siento que era un ritual solo para mí al llegar al aula.
Yo me senté. 
¡No quería estar ni ahí ni en la vida! Con los ojos cerrados me digo, Francisca, esto se te va a olvidar, despierta. Siento mi cuello volverse mármol y una voz horriblemente familiar dice algo, dejo que mi columna vertebral sacuda todos y cada uno de los conductos que conforman mi cuerpo.
Ahí siempre despierto, o por lo menos eso quiero creer. La mente es así, te asalta cuando le conviene a ella y menos te conviene a ti. Tantos cabos sueltos que enlazar a alguna memoria rota, cerradura forcejeada, que sólo he de añadir que espero nunca poder reunir todas las piezas y recordar lo que fue.
Mi cabeza dura hirió a muchas personas, teniendo yo que luchar conmigo misma y la sangre y los escalofríos tal adicta a la nicotina. Nadie sabe eso. Ni siquiera esas niñas que publican sus vidas como un tormento y que no comen y se mutilan.
Yo no me quejo de la vida, a mí me tiene adicta confundir el corazón con las tripas y los latidos en el vientre. Por eso me asustan los diarios de vida y me cuesta tanto pensar en lo que viene.

Porque por más que quise, los trozos de mi memoria se juntan de vez en cuando para organizar mi funeral.


2 comentarios:

  1. Me gusta mucho como esribes, linda. Es como que las palabras se desprendieran solas y de manera natural de tí. Y te envidio, por que a mí si que me cuesta mucho expresarme.
    -mariwikiwi<3

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